No han pasado ni 24 horas, pero el díptico real —a cargo de la fotógrafa estadounidense y habitual colaboradora de Condé Nast, Annie Leibovitz—, que ha tenido un coste de 137.000 euros, ya ha dado mucho que hablar.
Las dos fotografías, que forman parte de la muestra La tiranía de Cronos y se pueden ver en el edificio del Banco de España (en Madrid) hasta el próximo 29 de marzo de 2025, han sido motivo de infinitos análisis y pareceres. Nada sorprendente pues la cantidad de matices y referencias históricas y culturales que soporta una lectura más detallada de las instantáneas es evidente.
El vestido
Además de la suntuosa capa de gala, el vestido de Cristóbal Balenciaga que luce la reina Letizia —un traje de noche datado entre 1948 y 1950— es uno de los elementos más espectaculares de la fotografía. Se trata de un diseño en color negro de tul de seda y fourreau de faya de seda, con escote palabra de honor, drapeado ladeado y una cola de sirena acabada en tul. Perteneció a Maria Junyent i Quinquer, miembro de la burguesía catalana, figurinista y restauradora de arte, que realizó una gran labor en la preservación del patrimonio catalán; y cuyo tío —que ejerció como figura paterna tras la muerte del pintor Sebastià Junyent i Sans—, tenía un estudio cerca de Santa Teresa, donde Balenciaga había abierto una boutique en 1935. Una cercanía de intereses y física que habría hecho posible este encargo; como también que Oleguer Junyent —el padre de Maria, después fallecido– se dedicase durante años a organizar desfiles y a ejercer como decorador en las fiestas de la sociedad burguesa. En 2008, el hijo de la propietaria acabaría donando la pieza a la Fundació Antoni de Montpalau, de Sabadell, que el pasado febrero prestó a la reina para la ocasión. El negro del vestido podría ser un símbolo del luto que Balenciaga estaba viviendo, pues su pareja, el arquitecto y decorador Wladzio d'Atainville, acababa de fallecer.
Las joyas
Finalmente, y tras barajar otras opciones, la royal se decantó por el collar de chatones que forma parte de lo que se conoce como joyas de pasar. Su nombre hace alusión a las ocho piezas de joyería que la reina Victoria Eugenia —bisnieta de Felipe VI— dejó en poder del jefe de la casa Borbón en España. La madre del rey emérito bautizó así el brillante legado que su marido, don Juan de Borbón, había heredado de su madre. Eran y son ocho piezas, entre las que se encuentra el collar de chatones, una joya con una larga historia que comienza en 1906 y que Letizia lució por primera vez en 2019, durante la entronización del emperador Naruhito de Japón. La gargantilla original, realizada por la joyería Ansorena, fue uno de los muchos regalos que el rey Alfonso XIII le hizo a su prometida y posterior esposa. Con una hilera de treinta diamantes del mismo tipo y tamaño —lo que se conoce como estilo rivière—, la pieza se fue ampliando a través de los años y a medida que se iban sumando los nuevos obsequios del monarca, hasta que llegó a un largo que conseguía tocar la cadera de la reina.
Aquel collar inicial fue dividido y una de esas piezas ahora forma parte de las alhajas de pasar. Años más tarde llegarían los dos pendientes a juego, cortados en talla orla y en forma de flor, que también pasaron por distintas fases: empezaron siendo un diamante grueso al que se fueron añadiendo otros brillantes de menor tamaño. No es la primera vez que la reina Letizia recurre a ellos; pero tampoco a sus propias joyas: concretamente, a un anillo de Coreterno de oro macizo y dieciocho quilates, regalo del rey y sus dos hijas, en el que se puede leer: “Amor che tutto move” [El amor que todo lo mueve], línea última de La divina comedia, de Dante. En la zona menos visible de la pieza, está grabado: “As long as I'm existing you will be loved” [Mientras exista, serás amada].
La capa de gala
Balenciaga creó esta pieza, confeccionada en tela de gazar de color frambuesa, en su taller de Barcelona en 1962. Había sido un encargo de la condesa de Torroella de Montgrí y marquesa de Robert, María del Carmen Ferrer-Cajigal de Robert, con motivo del enlace entre los reyes Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia. Y como el vestido, también fue donada a la Fundación Antoni de Montpalau, aunque se ha mostrado al público en dos ocasiones.
En la muestra Balenciaga y la pintura española, que se pudo ver en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid, la pieza se vinculaba con la de Santa Casilda, de Francisco de Zurbarán. “Vestida con una gran riqueza, no sólo por las joyas que porta y que perfilan su vestido, sino por la suntuosidad de su traje, la santa se presenta modelada con una luz fuerte que subraya su monumentalidad y resalta el intenso colorido de sus ropas contra un difuminado y discreto fondo. Zurbarán pone un cuidado especial al traducir la calidad táctil de los paños que cubren el cuerpo de la mujer y que combina con piedras preciosas y metal”, escribía Mar Borobia, conservadora de Pintura Antigua en el Museo Thyssen-Bornemisza sobre la obra en cuestión.
Todas las referencias
Las fotografías, que se tomaron el pasado 7 de febrero de 2024, se realizaron en el Salón Gasparini, ubicado en el Palacio Real de Madrid. Caracterizado por su decoración neoclásica, la sala está decorada con obras de arte que van cambiando según el momento del año y entre las que se encuentran las del pintor barroco Diego Velázquez. Precisamente, la comisaria de la exposición, Yolanda Romero, explicaba a EFE, que el resultado del trabajo de Leibovitz es un díptico con “alusiones al Velázquez retratista de la corte”. Además, en la foto del rey, aparecen los elementos del retrato clásico: “desde el espejo, a la mesa, una lámpara de araña, el reloj, una puerta abierta con cortinajes”, continúa la experta.
Un díptico que presenta a los reyes de manera independiente, pero que funciona como una obra única, con solo una butaca como elemento que separa a los monarcas. En la foto final, el rey aparece con su traje de gran etiqueta del Ejército de Tierra —aunque también había posado con chaqué y frac—; mientras que Letizia viste los dos diseños de Balenciaga que ella misma seleccionó. Como curiosidad, conviene señalar que la reina posa señalando con su dedo índice al suelo, en una fotografía en donde entra mucha luz natural; no así en la de Felipe VI.
La comisaria explicó que había sido decisión de Leibovitz que Letizia no posase con la clásica tiara que llevan las reinas en los retratos oficiales —ya se lo había sugerido a Isabel II— y tampoco la banda de Carlos III. “Annie Leibovitz trabajó con plena libertad”, confirmó Romero, al tiempo que compartió que se habían realizado muchas pruebas y se habían barajado distintos escenarios, también los exteriores del Palacio Real.